jueves

seis

Acaso temerosa de que volviera a ocurrirme otro desencuentro fuera de mi territorio conocido, volví a la Facultad de Artes y sopesé dos opciones divergentes. Conocedora de la mediocridad a niveles distintos en dos áreas académicas muy diferentes, no quería saber nada de la academia, que ese momento era un obstáculo más a superar para poder saltar en pos de mis verdaderos sueños. Ahora pienso que si hubiera tenido una opción más afín con mis intereses, que no se viera interferida con ninguna equivalente, no hubiera tenido ocasión de cuestionar ahora mis decisiones. Pero las cosas parecieron encajar para ir dirigiendo mis pasos y cerrar ciertas puertas una vez que las atravesaba. En el punto de no retorno todo lo que deseé fue terminar pronto con toda aquella farsa, y despachar sin demoras la exigencia social de tener un título cada vez más alto para ser alguien más importante. Tomé el camino fácil, que no lo era porque el otro fuera necesariamente más dicífil, sino porque hubiera implicado el uso de un atuendo que calaría en mi mente tan naturalmente como un disfraz barato. No habría manera de convencerme de la autenticidad de los argumentos para llamar arte a mi trabajo y artista a mí misma. Preferí no meterme en un área que nadie puede definir claramente, pero sobre la cual todos tienen una opinión, basada en las razones más parcializadas que pueda uno imaginarse. Un año me pareció soportable a cambio de recibir un grado con honores y el menor esfuerzo (y sin embargo todavía estoy esperando los honores). Pedí la exención de mi examen de admisión y aproveché todos los beneficios que me daba mi condición de protegida de la facultad.

cinco

Renuncié cuando me ofrecieron una beca remunerada para estudiar un posgrado en la universidad, que consumiría gran parte de mi tiempo. Sopesé varias opciones, un par de maestrías. Quería aspirar a algo ambicioso, quería sentirme capaz de algo grande. Alguien me recomendó la maestría en Filosofía y yo le creí. Tenía la ventaja de no tener nada que ver con la carrera que yo odiaba en su ejercicio profesional, que no me había dado de comer hasta la fecha, y cuya academia me parecía tan mediocre que lo mejor era huir de ella lo más que se pudiera. La filosofía me recibió indiferente, atenta únicamente a su propia voz, su minucioso hilo conductor. La estética a la que yo quería referirme se sopesaba con argumentos de quinientos años atrás, sin vislumbrar siquiera una parte de lo que yo sabía que el arte maneja hoy. Los textos eran analizados palabra por palabra, en un intrincado rastreo que desembocaba en discusiones sobre términos tan específicos que distorsionaban por completo la visión de conjunto. A nadie parecían interesarle más las ideas que la interpretación que otro hacía de ellas. Ignoro si esta es la manera de enseñar filosofía en todas las facultades, pero particularmente en esa el discurso me pareció insoportable y consideré absurdo enfrentarme a la academia durante dos años para alimentar un capricho arrogante.

cuatro

No hice mayor cosa durante seis meses y luego conseguí otro trabajo de mierda donde pasaba horas retocando cientos de planos arquitectónicos. Renuncié cuando me ofrecieron un trabajo que no tenía nada que ver con diseño gráfico y me mantendría la cabeza ocupada mientras superaba una de las peores crisis de mi existencia. Mis responsabilidades eran de un orden que se alejaba lo más posible de mi campo profesional. Y mi jefe tenía la virtud de ser la directa responsable de cualquier error que se cometiera en esa oficina. Incluso podría decir que el bienestar en ese trabajo radicaba en tener presente que ni mi jefe estaba en el nivel jerárquico más alto (y de hecho mi paga no dependía de ella en absoluto) ni yo estaba en el nivel más bajo (y había cosas que podía delegar en otros). Y el pago era claro y seguro como el aire, si bien incierto en la fecha. Lo único que lamento es mi inexperiencia al aceptar un horario de trabajo que estaba más allá de mis obligaciones.
Trabajé durante seis meses en un trabajo de mierda silueteando cientos de imágenes en photoshop. Renuncié cuando me enteré de que mi jefe cobraba el doble por mi trabajo pero me pagaba la mitad. Esa fue la primera certeza que tuve de no querer trabajar en una oficina de diseño. A la larga son todas lo mismo: te explotan al límite, le cobran caro al cliente por tu trabajo y se embolsillan la mitad. Te lo descuentan alegando que ellos son intermediarios entre el cliente y tú. Gracias a ellos tú tienes ese trabajo. Por tanto debes hacer lo que a ellos les parezca. No sólo debes complacer al cliente, sino además a tu jefe. Pero toda la responsabilidad respecto al éxito del trabajo recae sobre tí.

dos

En diseño gráfico me enseñaron que podía cambiar el mundo con imágenes, que nuestro papel en la comunicación era esencial, que nos formaban para elucidar una estética visual que se construía a través de una investigación juiciosa y una mirada crítica. Me gradué con honores. (Nada de lo que me enseñaron existe en el mundo real. A nadie le importa el trasfondo estético o conceptual de las imágenes creadas. Los diseños son siempre para ya y que se vean bonitos.)

uno

Salí del colegio. Mi profesora de filosofía me recomendó, por escrito, que nunca dejara de escribir. No he seguido ese consejo al pie de la letra. Por sugerencias descaradas y veladas de terceros, o sea, cualquier otro que no soy yo, me presenté a la carrera de Ingeniería Electrónica y pasé. El orgullo del género estaba sobre mis hombros. Hice un semestre sobresaliente y lo odié. Odié a mis compañeros, a mis profesores y a mi futuro. Renuncié a la ingeniería antes de terminar el semestre, y me presenté a cualquier otra cosa en otro lado. Resultó ser diseño gráfico en la Universidad Nacional de Colombia. No tuve una preferencia especial por esa carrera, salvo que no se pareciera a la Ingeniería, ni al Derecho. He tenido tantas aspiraciones, que a la larga no he alcanzado ninguna, aquí, al borde de mis veintisiete años: bailarina, bióloga marina, ingeniera, arquitecta, administradora de empresas, actriz, viajera, escritora, matemática, música. Olvidé las demás.

PUNTO DE NO RETORNO

Una consideración, aquí, cerca de lo que parece ser el límite que puedo soportar si sigo viviendo como estoy viviendo.