viernes

Plenilunio de octubre

Plenilunio de octubre.
{en alguna parte, eclipse lunar}.

Acaso debí estar más prevenida para lo que cambiaría aquella noche. 
No supe ni cuál, ni cómo, ni cuándo, pero un velo se descorrió aquella noche. 
Y la nueva visión, más lejana, no es menos dolorosa. 

Así que Nostalgia ha vuelto a visitar mis jardines {¿pero qué nostalgia, si nada hay para añorar?}.
O quizá nunca se fue, y en medio de la neblina dorada yo jugaba a la felicidad simple. 

Hoy la neblina se ha esfumado.
No hay tiempo para espejismos.

Observo a los dragones volar, solitarios, lejanos, insondables. 
Me invitan cuando ya no puedo asirlos.
Acaso la lluvia los oculte de mi vista, y dejen de doler.
También podría ser que dolieran un poco más.
¿Qué más da?

Sigo viva.

miércoles

El sermón en la colina

Para todo, un sermón.

Tuve un sueño, (y sermón).
Me duele el pie derecho, (y sermón).
Está lloviendo, (y sermón).

¿No estamos todos sentados en la misma colina?

jueves

Lo que quiero, lo que debo, lo que tengo

Hacer lo que quiera. ¿Cuántos años invertidos en convencerme de que no podía? Ahora, naturalmente, tengo miedo. De caerme, seguramente, como todos. El miedo ancestral inculcado por ese grito materno especializado en presagiar lo peor. Cosas de la evolución, supongo. Y sin embargo, la evolución es una decisión de un individuo, aunque se necesite la famosa masa crítica para hacerla visible. Y viable, por supuesto.
Hacer lo que quiera. Dilucidar lo que quiero hacer. Esquivo. Me desvío. Me miento, como todos. Hasta que me doy cuenta de que mentirme no lo hace más divertido. Al contrario.
“¿Qué necesita usted para ser feliz?”. Lao Tze: “No necesito nada: mi mayor felicidad es estar vivo”.
Hacer lo que quiera. O quizá de lo que tratan es de convencernos de que hay algo que queremos hacer, un algo que debe ser descubierto y conquistado. En vez de simplemente disfrutar el hecho de estar vivos.
La angustia de perder la vida podría ser la clave de la felicidad.