lunes

Ayer hablábamos de la inutilidad de la preocupación. De cómo, sin saber exactamente cuándo ni por qué, terminamos tomándonos la vida demasiado en serio, como si el mundo no tuviera millones de años de antigüedad, como si tuvieramos la certeza de que el universo perdurará más allá de las edades de esta Tierra, y que quienes vinieron antes de nosotros no tuvieron conciencia de nuestra existencia, ni existen ya más que en nuestros genes, ni perdurarán como seres individuales. La vida es un continuum de acontecimientos enlazados, completamente fuera de cualquier parámetro moral. No tiene sentido engrandecernos como dioses que dominan el mundo, cuando sabemos que el mundo sigue perfectamente sin nosotros, y que otros mundo seguirán aún perfectamente sin el nuestro.
Y en ello no descubrimos desesperanza ni temor por nuestra desaparición, antes bien encontramos allí las razones para la felicidad. Si la vida no es tan en serio, si no tiene sentido preocuparnos por nuestras futilidades, no queda espacio más que para su disfrute, para nuestro divertimento. Ninguna de nuestras preocupaciones nos acercará o alejará de la muerte que nos espera impasible. Solo nos harán el camino más difícil de ser caminado, y tratándose de un camino que en cualqueir caso debemos recorrer, ¿a qué hacérnoslo complicado?
Decía Carlos Castaneda que la única cosa de la que un guerrero debe preocuparse es de la muerte. Ella, eternamente sabia, es la única que sabe cuánto debemos permanecer aquí, ella la administradora de tiempo. Y si el tiempo lo cura todo, y lo hace florecer todo, y hace nacer y morir a todo, nada de lo que nos preocupa hoy tendrá sentido cuando el tiempo lo haya cubierto de días.
Y en ello descubrimos la sustancia de nuestras sonrisas y nuestras lágrimas.

1 comentario:

Conrado dijo...

Pienso que no solo se trata de la muerte, también se trata de la vida. Si hablamos de cómo nuestra vida nos conduce inexorablemente a la nada y el vacío, estamos volviéndonos nihilistas. No me gustan las casillas, por lo que prefiero pensar que existe una razón, pequeña y propia, intuída antes que racionalizada. una razón que no puedes explicar, pero que está centrada en la vida en los pasos que das, en las cosas que recordarás. Quizás se trata simplemente de eso: de una construcción de una memoria, de tejer un tapiz que nos guste más.