martes

Desde que llegué del mar no he podido dormir siquiera ocho horas cada noche. Y no quiero hacer una fila más, tener un turno más para esperar el cambio de número en la pantalla de luces rojas intermitentes. Mis guerras personales, antes épicas y hasta heroicas, se han convertido en rutinas adultas que exigen de mi volverme cada vez más amargada y menos libre. Mis horarios están marcados por los bancos, mis tiempos libres por las entidades públicas, mi itinerario por las sucursales disponibles. Soy un despojo burocrático que no quiere aprender a respirar bajo un alud de papel.

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