"Nada diré en contra de mi dios -pese a todo- arrinconado, ni pediré en mis oraciones el paraíso de los hombres, ese lugar completamente anestésico repleto de felicidad y buenos corazones, medio pedazo de la verdad, a sabiendas de que en el paraíso auténtico, habitado por seres desconocidos, debe existir un vasto espacio en el que sean capaces de caber el cenit y el nadir, tu blanco y tu negro, e indudablemente también mi escala de grises, sin cuya existencia seríamos seres completamente simples, desprovistos de cualquier abismo y cualquier cresta momentánea, condenados a ser para siempre de un tono único y esclavizante, almas lisas encajadas en un monótono rompecabezas. Te diré más todavía: tu blanco y tu negro, por gracia de la existencia de los grises, no son más que una y la misma cosa.
»Así que me cobijo en ese gris que no tiene nombre, que carece por completo de cadenas y desconoce la esclavitud, comoquiera que ella se disfrace. Inclusive la que se deriva del cercenamiento de medio destino en aras de la mundana claridad que los hombres de este tiempo creen legal y única. No, La Verdad, así llamada, es en sí misma una contradicción; no es lícito otorgar un carácter singular a un concepto tan múltiple e infinito.
»Te diré, entonces, una de mis verdades. Al igual que sucede con todos los demás, no es verdad todo lo que hablo, y no es mentira todo lo que callo. No tengo, por ello, mentiras incorruptibles ni verdades inamovibles, pero puedo decir que en general defiendo la veracidad ante mi propia persona antes que nada.
Esto por ahora.
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