Me susurra al oído,
A veces.
A veces me acaricia las piernas
Sin que yo le pregunte.
No es siempre, no,
solo a veces.
¿qué más podría decir?
Va a venir, yo sé está esperando allá, detrás de la puerta. Apenas lleve un rato aquí atravesará la puerta y se apoderará de mi estómago. Me hará cosquillas en el vientre. Exigirá ser tenida en cuenta, ensanchándose allí, cada vez más, amplia y profunda. Me obligará a levantarme de mi cama cómoda y caliente, ir hasta la cocina, buscar en los anaqueles algo para comer.
Sobre la felicidad. Sobre abrir el pecho para poder recibir las bendiciones. Entran por la ventana, por debajo de la puerta, agazapadas en el aire que enfría el cuarto, se deslizan por los rayos de sol y se quedan prendidas bajo la colchoneta, y entre las motas de las pieles de cabra tiradas en el suelo.
Sobre el miedo. Miedo a morir de todo, a que ya no aclare después de la noche, a que deje de doler. El miedo se queda suspendido en el inmenso aire que va del techo al suelo.
Sobre las visiones. O mirar en perspectiva, en el antes o en el después. En el otro tiempo y el otro espacio vital, donde las bendiciones nacen y los miedos mueren, ambos en el mismo lugar. Leer en el espejo.
Si yo lo que quiero es explorar otras vidas, otros mundos en los que quizás me sienta más cómoda. ¿A qué aplazar la felicidad, si la felicidad se nos va a adelantar sin esperarnos? Siempre estará más adelante, cuando venda el computador, cuando salga de la ciudad, cuando salga de Colombia, cuando salga de Ecuador, cuando llegue a Cuzco, cuando tenga una estufa de gas, cuando deje de ver a tanta gente, cuando llegue a Machu Picchu, cuando vuelva a Machu Picchu, cuando llore, cuando deje de llorar, cuando paguen esa plata, cuando pase Semana Santa, cuando vuelva a El Bolsón, cuando vuelva a la ciudad, cuando consiga un lugar propio, cuando tenga una estufa de leña, cuando consiga trabajo, cuando consiga un computador, cuando salga de la ciudad, ¿cuándo? ¿cuándo? ¿cuándo?