No he podido escribir últimamente porque mi maquinita está enferma, y la tengo en cuidados intensivos donde el técnico al que debí llevarla desde la primera vez. Ahora tengo que robarme este teclado ajeno, que cuando uso, no me ofrece inspiraciones nuevas, y cuando me las ofrece lo tienen ocupado otras manos.
Han sido días de aprendizajes y reafirmaciones de mis propias fuerzas. Me he enfermado yo también, se ha enfermado mi esposo, y el único que todavía parece sano es el gato, y eso que se rasca constantemente (creo que el antipulgas ya necesita una recarga). Estoy luchando contra una tos que no me ha dejado dormir bien últimamente. Y algo de desgana general. Necesito cambiar de casa, de posesiones y de ambiente, si no quiero enfermarme seriamente antes de los cuarenta.
Estoy convencida de que todo lo que me ha pasado últimamente no son más que lecciones que necesitaba aprender. La vida puede ser una maestra implacable, pero a la larga siempre te deja vivo para que acuses la lección y sigas caminando.
Pero de eso estoy segura: necesito un camino nuevo al cual enfrentarme, porque ya he decidido que este que estoy caminando ya no tiene corazón. O voy a necesitar construirle uno, o era necesario aprender lo que sucede cuando se siguen caminos sin corazón. Pero saldré de esta gripa, saldré de esta infección, saldré de este problema, y aparecerán otros nuevos si no cambio mis perspectivas.
No he escrito últimamente, pero me han pasado tantas cosas, que voy a tener que recurrir a mis cuadernos, ya que mi voluntariosa máquina ha decidido darse unas vacaciones. Dejémosla que descanse un par de días, que bastante hay ya para hacer aquí.
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