Una vez dije que no quería tener un horario. Era cierto en ese entonces. Todavía en casa de mis padres, podía darme el lujo de no tenerlo, porque podía disponer de ratos libres en cualquier momento. Sin obligaciones económicas es fácil rechazar trabajos estúpidos. Te niegas y vas a echarte en tu cuarto a mirar al techo. Eso en ese entonces. No ahora, que mis minutos libres están contaminados siempre con la pregunta: ¿debería estar haciendo otra cosa ahora?
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