viernes

Estoy a menos de un día de casarme. De decir "sí, acepto" para toda la vida, hasta que la muerte nos separe. Pero me siento más nerviosa por lo que pueda salir mal (además de que tuvimos que aplazar la luna de miel, mi vestido tiene un defecto que esperamos que nadie note, el pajecito está con varicela, estamos con sobrecupo...) que por la boda en sí.
Sé que me quiero casar, y sé que es con Andrés.
No hay más que decir.
Y no hablo más aquí, porque sería un despropósito.

jueves

Estoy harta de ciertas cosas esta semana:
1. De tener que dormir boca arriba por culpa del colágeno para hidratarme la piel de la cara
2. Odio depilarme con cera la zona del bikini y no lo volveré a hacer nunca
3. De ver líneas de Loadings porque un video está haciendo render o un dvd se está quemando
4. No tener la facilidad de la conexión a internet en mi cuarto. Conectarme en el helado cuarto de sistemas es una cosa impensable.
5. Que todo me quede ahora diez cuadras más lejos de casa.
6. Trabajar en este escritorio improvisado e incómodo.
7. No poder hacer mucho ruido por la noche.
8. No desayunar, almorzar y comer lo que Andy cocina (y que es delicioso).
9. No caber bien en esta cama.
10. No hacer nada realmente productivo en las tardes antes de las 6pm.
11. No poder descansar por fin a esperar mi boda, tener siempre algo que hacer.
12. A la larga, no poder manejar mi tiempo del todo.

martes

La responsabilidad que implica publicar en un blog, aunque solo lo leyeran tres personas! No es lo mismo que escribir en mis libretas viejas, que yo podía guardar por años en una caja. Sacar solo lo que quiero, volver a guardar algo. Publicar aquí, en cambio es dejar un rastro del que no puedes deshacerte del todo. Hay una entropía que está fuera de tu alcance, que deja por fuera de tu alcance una parte de tus escritos. Se van más allá de donde puedes alcanzarlos, traerlos de vuelta, inmovilizarlos. Se van y no sabes muy bien qué pasó con ellos, si volvieron completos, si no dejaron restos de ADN esparcidos por el ciberespacio.
Y al escribir en este blog me rebotan mis mensajes a mi cuenta de correo electrónico: el ayer me golpea, me dice: mira, sigo existiendo, aunque me hayas abandonado. Que yo interpreto como un me necesitan? no podrán vivir solos?
Ocurrirá eso con los hijos?
Más aún. Puede un escritor jactarse de no tener hijos?
Soy otra cuando escribo. Soy fragmentaria, evito un largo contacto con una línea argumental, puedo voltear a mirar a otro lado. Soy más yo de lo que soy cuando no escribo, cuando no estoy escribiendo. Me pregunto si esta sensación al escribir, este saber que puedo ser yo misma, podría desplazarse a otros ámbitos cotidianos. Debo hacer un esfuerzo para no abandonar este texto... pero puedo hacerlo, es mi escritura, soy yo... quién me obliga a seguir aquí?
Una vez dije que no quería tener un horario. Era cierto en ese entonces. Todavía en casa de mis padres, podía darme el lujo de no tenerlo, porque podía disponer de ratos libres en cualquier momento. Sin obligaciones económicas es fácil rechazar trabajos estúpidos. Te niegas y vas a echarte en tu cuarto a mirar al techo. Eso en ese entonces. No ahora, que mis minutos libres están contaminados siempre con la pregunta: ¿debería estar haciendo otra cosa ahora?
 

lunes

Acabo de darme cuenta: es el peso del símbolo, del que no podemos deshacernos aunque reneguemos de él. El matrimonio católico como símbolo de lo indisoluble, de lo que implica un compromiso vital. Un símbolo debe ser reconocido por todos como tal para surtir su efecto. La unión duradera no depende solo de mí o de tí, sino de lo que somos dentro de un grupo social, de lo que significamos para los otros (esta es la razón de que una relación clandestina no pueda soportar largo tiempo). Que los demás piensen que nuestra relación es sólida hace que nosotros mismos la veamos como tal.