Salí del colegio. Mi profesora de filosofía me recomendó, por escrito, que nunca dejara de escribir. No he seguido ese consejo al pie de la letra. Por sugerencias descaradas y veladas de terceros, o sea, cualquier otro que no soy yo, me presenté a la carrera de Ingeniería Electrónica y pasé. El orgullo del género estaba sobre mis hombros. Hice un semestre sobresaliente y lo odié. Odié a mis compañeros, a mis profesores y a mi futuro. Renuncié a la ingeniería antes de terminar el semestre, y me presenté a cualquier otra cosa en otro lado. Resultó ser diseño gráfico en la Universidad Nacional de Colombia. No tuve una preferencia especial por esa carrera, salvo que no se pareciera a la Ingeniería, ni al Derecho. He tenido tantas aspiraciones, que a la larga no he alcanzado ninguna, aquí, al borde de mis veintisiete años: bailarina, bióloga marina, ingeniera, arquitecta, administradora de empresas, actriz, viajera, escritora, matemática, música. Olvidé las demás.
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