domingo

Es domingo en la noche. Es un horrible domingo en la noche. ¿Por qué me afecta tanto? ¿por qué, si el trabajo que me espera mañana no es tedioso ni molesto? ¿hasta dónde me dejo influenciar por las convenciones sociales que dicen que el domingo por la noche DEBE ser molesto e inquietante? O tal vez me hacen falta mis estrategias para facilitar la vida. No, no es verdad: no facilitan mi vida, lo que facilitan es mi capacidad para reírme de ella. La vida sigue siendo igual de fácil o difícil en todos los casos. Es un hecho neutro. La vida es. Nada más que decir a ese respecto.
Yo. Soy yo la que cambia, soy yo la que se la hace imposible. Soy yo la que insiste en hartarse de los domingos por la noche.
Una excusa más.

martes

Desde que llegué del mar no he podido dormir siquiera ocho horas cada noche. Y no quiero hacer una fila más, tener un turno más para esperar el cambio de número en la pantalla de luces rojas intermitentes. Mis guerras personales, antes épicas y hasta heroicas, se han convertido en rutinas adultas que exigen de mi volverme cada vez más amargada y menos libre. Mis horarios están marcados por los bancos, mis tiempos libres por las entidades públicas, mi itinerario por las sucursales disponibles. Soy un despojo burocrático que no quiere aprender a respirar bajo un alud de papel.

domingo

Quiero dormir, pero algo en mí me impide entregarme al descanso con tranquilidad. Siento que debería estar haciendo algo, cansándome por algo. Esa necesidad del cansancio y el afán que me enseñaron mis padres y que apenas ahora me empiezo a dar cuenta de que ha desbarajustado la mitad de mi vida. Tanto así que permanezco frente a esta pantalla, pese a que no tengo nada que decirle.

sábado

Es cierto que hace falta tiempo para escribir. Es cierto que de alguna manera lo he tenido. Pero nunca demasiado. Apenas el tiempo justo. ¿Y cómo escribir con el tiempo justo, si la verdadera escritura nace de la divagación?