Cuando esa laguna se llena con experiencias, un estado de enamoramiento que sea igual al del inicio de la relación es imposible de volver a sentir con esa persona (excepto, quizá, si se dejan de hablar por muchos años). Lo cual es lógico, pues le faltará, cuando menos, la idealización y el riesgo, limados por los años, que eran indispensables para ese enamoramiento.
¿Deberíamos decepcionarnos por ello? Llorar por lo perdido es tonto, lo mejor es disfrutar las cosas como vienen. Llorar nos distraería de disfrutar ese otro enamoramiento, mucho más sincero, que llega con el tiempo: el que al gusto le suma cariño, buenos recuerdos, varias peleas superadas, algunas incomodidades compartidas y todas las nuevas sorpresas sobre el otro que han llegado con el tiempo. Todo eso forma ahora parte de nuestra vida, es mucho más nosotros mismos.
La mareante embriaguez es reemplazada entonces por la poderosa sensación de estar bien habituado al mecerse del barco que navega sin obstáculos sobre las aguas, como si fueran una sola cosa.